Llego hasta allí de la misma forma que había llegado a los demás lugares por los que paso en su vida, lejos del ensordecedor ruido de trenes, de los autobuses que vienen y van sabiendo siempre donde está su final, y cada pasajero que lleva su propia historia, quizás escondida, o quizás solo sus vivencias sin más, lejos del bullicio de los niños al entrar y salir del colegio, sin más problemas que el de llegar a tiempo a clase o cambiar con sus amigos algún cromo repetido, para terminar pronto su colección. También lejos del supermercado, ese al que las señoras algunas vecinas suyas, por las mañanas visitan para planear la comida, la cena o simplemente la merienda de sus hijos.
Asistía a esa llegada como ausente, no consciente de lo que realmente significa…
Asistía a esa llegada como ausente, no consciente de lo que realmente significa…
una huida.
Como todos sus cambios, siempre fueron huidas.
¿De que huía realmente? Esa era su pregunta, pero ella no tenía la respuesta, tomaría años hasta que que se vislumbrara un poco, que la movía a levantar el vuelo y salir corriendo.
También le tomo años conseguir tener la casa como a ella le gustaba, vivía a la orillita de un arroyo, al lado de una vaquería, y podía tirarse tardes enteras, mirando a las vacas, jamás le llamaría estudiarlas, pero era lo que hacía realmente, estudiaba su entorno y forma de vida,
Decía que las vacas aunque no eligen su forma de vivir son como los humanos, viven en comunidad y se relacionan con su propio idioma, son cotillas como los humanos, y si algo fuera de lo normal sucede, de alguna manera se avisan unas a otras, y terminan por aglomerarse en el lugar de los hechos.
Aprendió el arte de la siembra tomates, pepinos, lechugas, árboles frutales, en ocasiones pensó que vivir allí se había convertido en lo mejor de su vida, se equivocaba.
Aprendió el amor a los animales, llegando a tener perros, gatos, y algunas especies de pájaros, realmente aprendió que dentro de ella, con sus fobias incluidas, amaba a los animales incluso al más insignificante, incapaz de quitar la vida a una simple lagartija, se enriqueció con su nueva vida, esa vida que sin apenas pensarlo había comprado.
Como todos sus cambios, siempre fueron huidas.
¿De que huía realmente? Esa era su pregunta, pero ella no tenía la respuesta, tomaría años hasta que que se vislumbrara un poco, que la movía a levantar el vuelo y salir corriendo.
También le tomo años conseguir tener la casa como a ella le gustaba, vivía a la orillita de un arroyo, al lado de una vaquería, y podía tirarse tardes enteras, mirando a las vacas, jamás le llamaría estudiarlas, pero era lo que hacía realmente, estudiaba su entorno y forma de vida,
Decía que las vacas aunque no eligen su forma de vivir son como los humanos, viven en comunidad y se relacionan con su propio idioma, son cotillas como los humanos, y si algo fuera de lo normal sucede, de alguna manera se avisan unas a otras, y terminan por aglomerarse en el lugar de los hechos.
Aprendió el arte de la siembra tomates, pepinos, lechugas, árboles frutales, en ocasiones pensó que vivir allí se había convertido en lo mejor de su vida, se equivocaba.
Aprendió el amor a los animales, llegando a tener perros, gatos, y algunas especies de pájaros, realmente aprendió que dentro de ella, con sus fobias incluidas, amaba a los animales incluso al más insignificante, incapaz de quitar la vida a una simple lagartija, se enriqueció con su nueva vida, esa vida que sin apenas pensarlo había comprado.
Pero no le duraría mucho.
Porque un día volvió su monstruo, de nuevo comenzó a acecharla, y no la dejo que encontrara la paz, se había marchado lejos, creía que fuera de su alcance, pero después de un tiempo el hizo acto de presencia y se dejo ver de nuevo, esta vez para no marcharse.
Con sus miedos vio la posibilidad de volver al asfalto, al tumulto de nuevo, y quizás envolviéndose entre la gente podría perderse.
Pero se quedo…
No sabia como salir de esa cárcel, que ella misma había construido para vivir.
Porque un día volvió su monstruo, de nuevo comenzó a acecharla, y no la dejo que encontrara la paz, se había marchado lejos, creía que fuera de su alcance, pero después de un tiempo el hizo acto de presencia y se dejo ver de nuevo, esta vez para no marcharse.
Con sus miedos vio la posibilidad de volver al asfalto, al tumulto de nuevo, y quizás envolviéndose entre la gente podría perderse.
Pero se quedo…
No sabia como salir de esa cárcel, que ella misma había construido para vivir.
Años enteros paso compartiendo espacio con sus miedos y sus monstruos, pero la volverían loca, sus noches sin dormir, sus tensiones, sabia que esos dolores de cabeza que le atacaban hasta hacerla estremecer para revolverse del dolor, terminaría por hacerla desear su propia muerte, comprendía perfectamente que esa ansiedad, esa angustia, que apretaba su pecho no eran signos de una vida tranquila, que era lo que ella buscaba. Tantas veces pensó si estaba loca, o era una persona normal.
Pensó que la hacía comportarse de esa manera tan irracional en algunas ocasiones, y en cambio en otras, tal y como era, una persona responsable y valiente, como siempre se había sentido.
Entonces comprendió, necesitaba ayuda.
Entonces comprendió, necesitaba ayuda.
(continuara)
4 comentarios:
Que estremecedor relato amiga mía, esa cárcel que te hace prisionera de ti misma, sin rejas ni barrotes y que limita y entristece tanto la vida. Una historia en la que cambiando el marco, cualquiera puede sentir cercana. Mi cariño y amistad. Esperaré la segunda parte.
Cecy
Dios, parece una película de terror. Ufff. A ver si en la segunda parte salen cosas de risa.
Un besote.
es cierto a veces construimos nuestras propias prisiones y no encontramos quien nos libere ,mas un no nos dejamos liberar.
No hay peor carcel que la construimos nosotros mismos con nuestros miedos y prejuicios; me gusto mucho la parte que habla sobre el campo, los animales, paso a la segunda parte chiqui, besos, eres única
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