lunes, 22 de diciembre de 2008

LAS CALLES DE CUALQUIER CIUDAD




Hoy contaré una escena que alguien me contó de algún lugar de España.

Saliendo a pasear para poder disfrutar del ambiente de las grandes ciudades, y decidida a ver todo lo bueno que encierran, camine por las calles estrechas y llenas de transeúntes ausentes, cada cual con sus problemas, sí es cierto que intenté hacerme ajena al dolor de los demás, para así no hacer daño a mi corazón ya cargado por si solo, no podía pasar indiferente ante cada persona que pasaba por mi lado, unos reían, otros sencillamente caminaban, algunos veían escaparates, era un buen día para pasear, un día cualquiera de enero, un mes frío, eso sí se notaba en las caras de todos y cada uno de los paseantes, el frío, durante mi paseo en un rincón resguardado de ese frío que se mete hasta en los huesos, había un señor con sus cartones y su perro, pasé deprisa y no hice mucho hincapié en él, era un vagabundo mas de las grandes ciudades, no puede uno irse fijando en todos, después de dar unos pasos decidí volver atrás a verlo más detenidamente, y allí estaba él, era una persona mayor, sucio, y dejado, con su barba blanca de muchos días, su ropa llena de suciedad, en sus cartones restos de comida, y con su carro de las grandes superficies, lleno de sus pertenencias y su perro al lado, tumbado dormido, lo que me llamó la atención de esta escena fue que tenia una manta, eso no sería extraño, pero con su única manta, tenia tapado a su perro, y él estaba descubierto, me pregunté que haría que una persona dejara su manta a su perro, y él que se le notaba la cara de frío y vamos, estoy segura que lo tenía, no la utilizara.

Solo podía moverlo dos cosas la gratitud hacia el único ser vivo con el que pasaba las horas de su vida y compartía todo, y el cariño que le tenia a ese animal.

Este día no pude por menos que venirme a mi casa pensando en ese hombre uno más de las grandes ciudades, una escena más de las muchas que encontramos en ellas, aprendí una lección, no se puede ser ajeno al sufrimiento de los demás.

Aprendí también hasta donde puede mover el cariño que algunas personas demuestran

Me vine con un sabor agridulce en mi interior, dulce por acto de bondad, agrio por lo que la pobreza puede hacer.

Tenía la necesidad de contarlo.

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